La inflación de conceptos

https://aeon.co/essays/conceptual-overreach-threatens-the-quality-of-public-reason

Como han subrayado filósofos políticos como Jürgen Habermas y John Rawls, una democracia floreciente tiene una sólida cultura de la razón pública, en la que todos los ciudadanos pueden participar como iguales en la deliberación colectiva y la toma de decisiones sobre el bien común de la sociedad. En los últimos años, hemos oído hablar mucho de las nuevas amenazas a la calidad de nuestra razón pública, como el aumento del autoritarismo populista, la creación de "burbujas de filtros" y "cámaras de eco" en las redes sociales que agravan la polarización política, o la difusión en línea de opiniones extremistas y "noticias falsas" por parte de bots automatizados y otros agentes malignos.


Pero hay otro tipo de amenaza para la calidad de la razón pública que suele pasar desapercibida. Se trata de la degradación de las ideas fundamentales que se movilizan en los ejercicios de la razón pública, sobre todo en las declaraciones de los actores de la élite, como burócratas, abogados, políticos y representantes de organizaciones internacionales y ONG. Estas ideas -salud, derechos humanos, democracia, etc.- son fundamentales para formular y abordar los principales retos políticos de nuestro tiempo, desde la crisis climática hasta la pandemia del COVID-19.


Una forma destacada de esta degradación de la razón pública es el fenómeno que denomino "extralimitación conceptual". Esto ocurre cuando un concepto particular sufre un proceso de expansión o inflación en el que absorbe ideas y demandas que le son ajenas. En su manifestación más extrema, la extralimitación conceptual se transforma en un dogma totalizador "todo en uno". Un solo concepto -por ejemplo, los derechos humanos o el Estado de Derecho- se considera una ideología política completa, en lugar de elegir uno de los muchos elementos en los que nuestro pensamiento político debe basarse y mantener el equilibrio para llegar a respuestas justificadas a los problemas de nuestro tiempo. Por supuesto, siempre necesitaremos algunos conceptos muy generales para referirnos a vastos ámbitos de valor: las ideas de ética, justicia y moral, por ejemplo, han cumplido tradicionalmente esta función. El problema es cuando hay una tendencia sistemática a que conceptos de valor más específicos aspiren al mismo nivel de generalidad.


Pero, ¿por qué preocuparse por la extralimitación conceptual? Si los "derechos humanos", por ejemplo, son una expresión que engloba cada vez más cosas que son objetivos realmente valiosos, ¿por qué deberíamos objetar la etiqueta que se les pone? ¿No es esto una mera pedantería? Ni mucho menos, creo.


Uno de los peligros de la exageración conceptual es que perdemos de vista la idea distintiva que transmite un determinado concepto al estar inmerso en un mar de muchas otras ideas bastante distintas, un significado que va más allá del hecho básico de que todas las ideas en cuestión identifican algo de valor. Si, por ejemplo, los derechos humanos son demandas que suelen ser de alta prioridad, de manera que rara vez, o nunca, se justifica anularlos, entonces perdemos el control de esa importante idea si empezamos a incluir bajo el título de "derechos humanos" objetivos valiosos -por ejemplo, el acceso a una conexión a Internet de alta calidad- que no gozan plausiblemente de ese tipo de prioridad. Otro peligro es que las ideas extrañas que se someten a un proceso de toma de posesión conceptual acaban siendo ellas mismas distorsionadas. Así, por ejemplo, empezamos a considerar modos de tratamiento que son beneficiosos para alguien, como la misericordia hacia un delincuente condenado, como beneficios a los que tiene derecho.


Como resultado, esta exageración conceptual nos deja en mala posición para identificar los distintos valores que están en juego en cualquier decisión. También oculta los agónicos conflictos que existen entre estos valores en casos concretos. Pero estos dos grandes defectos intelectuales también generan graves inconvenientes prácticos cuando intentamos deliberar con otros. La exageración conceptual en sus formas más extremas inhibe el diálogo constructivo, o incluso la simple mediación de compromisos honorables, con aquellos cuya orientación política difiere significativamente de la nuestra. Ello se debe a que dificulta la búsqueda de un punto común o de un entendimiento compartido con ellos. En cambio, cuando intentamos llegar a algún tipo de acuerdo razonable con ellos basado, por ejemplo, en la equidad o los derechos humanos, nos encontramos con visiones del mundo político-moral opuestas en todo momento.


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