Cómo los objetos perdieron su magia

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El otro día se me cayó accidentalmente una tetera art-deco de plata, que ha sido mi compañera constante durante los últimos 20 años. La abolladura era enorme, y también la medida de mi pena. Sufrí noches de insomnio hasta que encontré un platero que me prometió que podría arreglarla. Ahora me encuentro esperando impacientemente su regreso, llena de temor de que, cuando llegue, ya no será lo mismo. Y, sin embargo, la experiencia me hace preguntarme: ¿por qué me he deshecho de esta manera?


Las cosas son puntos de estabilidad en la vida", escribe el filósofo suizo-alemán Byung-Chul Han, nacido en Corea del Sur, en su nuevo libro Undinge (No objetos), que acaba de publicarse en alemán. (Como ocurre con los libros de filosofía, los lectores de lengua inglesa tendrán que esperar algún tiempo para que aparezca traducido). Los objetos estabilizan la vida humana en la medida en que le dan una continuidad", escribe Han. La materia viva y su historia confieren al objeto una presencia que activa todo su entorno. Los objetos -especialmente los bien diseñados, cargados de historia y que no son necesariamente obras de arte- pueden desarrollar propiedades casi mágicas. Undinge trata de la pérdida de esta magia. El orden digital desobjetiviza el mundo convirtiéndolo en información", escribe. No son los objetos, sino la información la que gobierna el mundo vivo. Ya no habitamos el cielo y la tierra, sino la nube y Google Earth. El mundo se vuelve progresivamente intocable, brumoso y fantasmal".


Este tipo de postura crítica hacia el presente, escrita con frases claras y zen, es una característica de todos los libros de Han. Desde The Burnout Society (2010) hasta The Disappearance of Rituals (2019), describe nuestra realidad actual como una en la que las relaciones con el otro -ya sea humano u objeto- se están perdiendo; como una en la que el toque del dedo en el teléfono inteligente ha sustituido el contacto real y las relaciones reales. La cualidad fugaz de la información y la comunicación virtuales, que borra, mediante la amplificación, cualquier significado o quietud más profundos, desplaza al objeto -ya sea la gramola del apartamento del autor, o los receptores telefónicos de la infancia de Walter Benjamin, famosos por su "peso como una mancuerna"- en cuya presencia física reside un componente humano, o incluso un aura, que hace que el objeto sea misterioso y esté vivo.


En cambio, la información no ilumina el mundo, según Han. Lo deforma, nivelando la frontera entre lo verdadero y lo falso. Lo que cuenta es el efecto a corto plazo. La eficacia sustituye a la verdad", escribe aquí. Para Han, nuestra cultura del estímulo postfactual deja de lado los valores que consumen tiempo, como la lealtad, el ritual y el compromiso. Hoy en día perseguimos la información sin adquirir conocimientos. Tomamos nota de todo, sin llegar a comprender. Nos comunicamos constantemente, sin participar en una comunidad. Guardamos montones de datos, sin tener en cuenta los recuerdos. Acumulamos amigos y seguidores, sin conocer a otros. Así es como la información desarrolla una forma de vida: inexistente e impermanente".


Han habla de una infoesfera, que se ha instalado sobre los objetos. La atmósfera que se desarrolla en el espacio real a través de las relaciones con los demás y con, como él dice, "las cosas cercanas al corazón", desaparece en favor de los golpes fugaces en las pantallas, que sugieren experiencias breves e incorpóreas. Este tipo de posturas son las que le han valido a Han la reputación de pesimista cultural, de romántico quejumbroso y reaccionario al que le encanta citarse a sí mismo. Sí, naturalmente, el botón "Me gusta", el "Infierno de la Mismidad" y Martin Heidegger como antítesis terrenal de nuestro mundo afirmativo y virtualmente definido son temas a los que vuelve aquí. Estos mantras -hay casi una cualidad meditativa en su escritura, que proporciona una visión y una comprensión sin forzar al lector a esferas más elevadas- tienen que entenderse como anclas, que te atan al concepto básico, dejando que el horizonte se expanda a medida que lees.


Como escritor y hablante no nativo de alemán, Han consigue, de manera fascinante, diseccionar la engorrosa semántica de Heidegger, el filósofo de la Selva Negra, en su análisis de lo contemporáneo y esculpir las palabras de tal manera que parecen tener el tipo de calidad física que casi les permite convertirse en objetos en sí mismos. De hecho, muchos artistas se sienten atraídos por la obra de Han precisamente por esta elusión de la forma y el significado: el lenguaje pictórico, minimalista y existencial que despliega con tanta precisión, del mismo modo que el arte consigue hacerlo cuando está en su mejor momento. Vale la pena señalar también que Han no ha necesitado esperar a una pandemia para describir cómo estamos atados voluntariamente a nuestros ordenadores portátiles, cómo nos explotamos a nosotros mismos en el modo de oficina doméstica neoliberal, cómo esto nos hace sentir creativos, inteligentes y conectados mientras cubrimos nuestros sentimientos de precariedad con swipes y likes; ya lo hizo hace más de una década.


Ahora ha llegado a la etapa de abordar el compromiso y la responsabilidad, citando frases célebres de El Principito (1943): "Te haces responsable para siempre de


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